
Pero lo de hoy ha batido mi record personal.
Era pronto para la cita con un cliente en un barrio de mi ciudad (soy puntual compulsiva), así que me dispuse a tomar un café, leer un poco la prensa e ir al wc mientras llegaba la hora.
El bareto, pues el típico bareto de barrio. Un poco cochambroso, con un par de hombres tomándose su copita mientras leían el marca y otro gastando su sueldo en la tragaperras.
En la barra, nadie para atender al personal. Echo un vistacillo en busca del camarero y el wc, y le veo salir del wc de señoras con una bayeta de esas amarillas para fregar (lo del amarillo fue un ejercicio de imaginación, supongo que su tiempo si fue de ese color). “Mira que bien, baño recién limpito”, pensé.
Se acerca a mí, me pregunta que deseo tomar, y le pido un café mediano con sacarina y la prensa si tiene.
El hombre toma una taza (la típica taza de porcelana con florecitas, descascarillada, que te puedes encontrar en los apartamentos cutres de alquiler de verano). La echa un vistazo por dentro, y directamente mete la mano para sacar, a saber que, que se encontraba dentro de ella (la misma mano que acababa de soltar la mugrienta bayeta del wc). Mientras el café se vuelca en ella, coje un platillo, a juego con la taza (todo hay que decirlo), es decir, igual de descascarillado y al parecer igual de sucio, ya que pasa el delantal sobre el para darle lustre. Toma una cucharilla, la mira, y la limpia y relimpia con la bayetita supuestamente amarilla del wc, para luego introducirla en la taza del café.
Por último, y posando todo el kit en la barra frente a mí, agarra un bote de sacarina, extiende la mano, lanza una pastillita sobre la palma de esta y me pregunta: "¿Una o dos?"
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