
Según me dirigía a casa me topé con que era día de mercado. Tenderas parapetadas bajo sus lonas de plástico las cuales creaban cortinas de agua a su alrededor.
Tomates. ¿Hay algo que sea más tentador que unos tomates con sabor, recién salidos de la huerta?
Mientras estaba inmersa en la tremenda duda de escoger el tomate adecuado, observe a la tendera. Una mujer ya muy mayor, cuyas arrugas representaban los surcos de la tierra a la que seguramente dedicó su vida. Se encontraba de perfil. Paralizada mientras que un hombre la decía: “¿Pero no sonríes un poco?”
Al girar la vista descubrí el motivo de su actitud estática, dos fotógrafos cámara en ristre disparándola sin cesar.
“Es Rafaela”, me comentó la del puesto contiguo.”Mira que llevo yo años viniendo al mercado y ella ya estaba por aquí. La encanta que la fotografíen y además, no se que tiene la puñetera de ella, que siempre la escogen.”
Para mi lo que tenía la buena de Rafaela estaba claro, una cara trabajada y llena de historia.
“Ahora les pedirá que la enseñen las fotos para ver si ha salido bien y les pedirá todo tipo de explicaciones”, continuó comentándome la tendera. “¿Ves?...Lo más gracioso es que está sorda como una tapia”. “¿Sorda y cara al público?” Pregunté. “Si”, me respondió. “Está sorda hace muchos años pero nadie se la pega, ha aprendido a leer los labios no se como”
Al alejarme del mercado eché la vista atrás. Ahí quedaba Rafaela, con su pañuelo en la cabeza, sus botas de agua, su bata enguachinada sobre capas y capas de jerséis, su gesto adusto y su afición por ser fotografiada.
2 comentarios:
¿Qué tal estaban los tomates?
Historiados al menos.
La vida se cuece en los mercados.
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