
El otro día recordaban mi 18 cumpleaños (de hecho en las reuniones familiares, cuando toca el turno de meterse conmigo y mi juventud disipada, también sale a relucir).
Ese año decidí hacer la fiesta en la casa del pueblo. Alquilé un autobús que llené de globos y marqué un recorrido de paradas al chofer.
¿Cómo resultado? Mi casa se llenó de gente de las cuales no conocía a la mitad. Recuerdo que esa noche se me acercó un tipo bastante tocado y me dijo: “Joer, no se quien habrá montado esta fiesta, ¿tu lo sabes?”
Por esa época yo tenía 4 mastines, los cuales permanecían encerrados esa noche, hasta que un alma caritativa les liberó. Eso parecía una estampida de elefantes. Gente subiéndose a los árboles del jardín, encaramándose a las ventanas...incluso alguno se tiró a la piscina (en enero y llena de mierda), por miedo a ser devorado.
Pero ese fue el menor de los problemas. Los animalitos decidieron que ellos también querían fiesta, y se escaparon al pueblo, entrando en un almacén de leche en polvo y ocasionando unos destrozos que, si hubiera dependido solo de mí, al día de hoy estaría pagando.
¿Cómo terminó la aventura? A las 4 de la mañana, con la policía en mi casa y un montón de gente pululando por ahí que de vez en cuando ofrecía una copa a la benemérita y les decía: ¡Joer, que es su cumpleaños!
Durante muchos meses después, cuando salía de copas, me saludaba gente totalmente desconocida para mi que decía: “¡Cojonuda la fiesta, tía!" Y yo pensaba:” Eso díselo a mis padres...”
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