
Tenía un novio que no vivía aquí (y fue un noviazgo de 10 años), así que mientras, yo me casé, tuve 2 hijas... y ellos usaban mi casa de picadero, refugio los día de lluvia, restaurante cuando no tenías pasta y demás multiusos.
Se casaron, y se fueron a vivir fuera. Y nos invitaron a pasar un fin de semana en su nuevo hogar.
Allí nos presentamos, con el maletero lleno de marisco, y una caja de vino y 4 o 5 morcillas de Burgos.
El primer día hice yo la cena con todo lo que había llevado. El segundo día, para corresponder, nos informaron que nos iban a hacer una cena castellana, que resultó consistir en patatas fritas, huevos y chorizo. Mi marido se quedó con hambre, y al decirles si podían freír un poco de morcilla (MI morcilla), ella alegó que ya había limpiado la cocina y no la iba a manchar más, que bastante tenía con las manos de mi hija marcadas en todos los cristales....
Al día siguiente, a las ocho de la mañana, hice mis maletas y me fui (sin desayunar porque ellos como no desayunaban en casa...)
Han pasado catorce años desde entonces, en los que no ha faltado una postal navideña de ellos sin respuesta por mi parte, y en los que jamás me han preguntado el porque de mi actitud.
¿El motivo de la llamada de hoy? Se ha muerto su padre, quieren vender el piso (sin intermediación inmobiliaria, por supuesto), y desean que yo se lo tase y, como amiga, proporcionarles algún cliente extraoficialmente, les redacte el contrato, etc, etc, etc...
Yo no se bien si me han tomado por Santa Teresa de Calcuta, se creen que soy gilipollas, tengo cara de tonta o un cartel en la frente que dice: “eme, la pringada de turno”. Lo que si se es, que después de mi respuesta, tendré una postal navideña menos que colgar del árbol.
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