Para mayor facilidad

03 diciembre 2009

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El pequeño dentista cuyas gafas resbalaban sobre su enorme nariz de aguilucho, esperaba ansiosamente la llegada de su paciente aquella tarde de invierno. Estaba perdidamente enamorado de esa diminuta boca de dientes dispuestos sin orden ni concierto sobre las encías rosadas, de una forma absolutamente aleatoria. Deseaba inyectarle la anestesia con premura, de forma que, estando prácticamente inconsciente, la boca se rindiera ante él y accediera al compromiso de empastarse para siempre. Era demasiado inseguro para esperar otra cosa.

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