
Y llega la hora de volver a casa. Y tu última parada es la carnicería ya que la nevera está famélica.
Estás ahí, tras el mostrador, deseando que te atiendan rápido y soñando con bajarte por fin de esos andamios en los que estás subida.
En esto un carnicero le dice al otro: ¿Tú no sabías que esta chica se dedica a vender viviendas? En ese preciso momento comienza el tormento: ¿Y ha bajado tanto como dicen? ¿Que zona es ahora la más barata? ¿Tienes algún chollo? Es que mi hijo está buscando un chalet…Yo me hice uno el año pasado (y comienza el relato desde su visita al aparejador hasta las cortinas de flores de la cocina…). Y estás estoicamente escuchando mientras te tambales de un lado hacia otro intentando en vano volver a sentir los pies. Hasta que llega un momento que ya no puedes más y muy educadamente le interrumpes y comentas: Perdona, yo seguiría aquí charlando pero mira donde estoy subida y ya no soporto el dolor.
Se supone que aquí acaba todo, ¿no? Pues NO. El carnicero da la vuelta al mostrador colocando un papel de envolver la carne sobre las baldosas del suelo delante de ti y, enérgicamente, te ordena: ¡Quítate los zapatos y ponte sobre el papel que está fresquito! Todo esto mientras se agacha y como el príncipe de la cenicienta permutado, te descalza y te deja ahí plantificada, sobre un papel, mientras continua hablándote sobre la piedra arenisca importada de África que ha puesto en la fachada.
Eso sí, luego te regala 100g de mortadela de pavo para que la pruebes….
1 comentario:
No será que tu carnicero es algo fetichista? Al menos te podía haber dado una silla, pero no, va y te deja ahí de pies y además descalza...imperdonable.
Saludos cordiales.
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