
No hay luz, así que buscáis “los plomos”… todo se ilumina.
Os encontráis en una estancia con paredes rosas y escayolas barrocas en techos y lámparas de un fucsia intenso.
Las escasas ventanas adornadas con cortinas venecianas rojas rematadas con pasamanería negra. Dichas cortinas también hacen de puerta en las distintas habitaciones, atadas con un cordón muy labrado.
En las paredes algún tapiz con motivos de caza y la maja desnuda enmarcada en un filo dorado (ya deteriorado por la humedad), sobre un sofá muy florido.
Pues bien, eso me encontré hoy en mi primer día de trabajo.
La cliente, una chica de unos 25 años, prudentemente se acerca a mi y me susurra al oído: “¿Sabes quien vivía aquí antes?”. “Tranquila”, contesto. “No creo que fuera un burdel del siglo XIX, el edificio no tiene tantos años”
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