
El bullicio comienza a ser solo un murmullo permitiendo aflorar el sonido de sus pasos al andar. Ese sonido tan peculiar que se produce al caminar sobre piedras llenas de historia.
A lo lejos, los acordes del canon de Pachelbel ejecutados por algún músico callejero se mezclan con la bruma que los abraza.
Las luces nocturnas, que iluminan el casco viejo, crean imágenes fantasmagóricas al reflejarse contra la niebla.
Su conversación se va apagando, el silencio es el protagonista. Un silencio acogedor y recogido.
Sus cuerpos se van acercando. Quizá es el frío intenso, quizá son sus pensamientos, quizá todo invite a ello. La mano de el sube y baja por su espalda, generando una sensación tan placentera que ella recuesta la cabeza sobre su hombro.
La mano de ella en el bolsillo del pantalón de su acompañante, en busca de calor.
No ven más allá de un metro por delante de su caminar pausado. No importa..
Una verja de hierro forjado un tanto oxidada les impide el avance.
Con un ligero empujón es abierta, descubriendo un jardín iluminado y un sendero de pequeñas baldosas que los adentra lentamente en la espesura.
Continúan en el silencio más absoluto. Hablar sería un sacrilegio. Su avance solo es detenido por algún beso furtivo.
Una fuente, un muro, una puerta y una placa: “Jardín de Calixto y Melibea”.
Sonrisas y un cruce miradas cómplices.
Poco a poco afloran los sonidos de nuevo. Los cuentos de hoffmann han sustituido a Pachelbel. Murmullos que van acercándose impidiéndoles oír ya sus propios pasos. La niebla se disipa. La conversación acude a sus labios…..pero sus miradas ya no son las mismas.
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