Para mayor facilidad

14 junio 2008

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Me pregunto, cuál será el entorno más apropiado para escenificar la soledad de un hombre, eso sí abrazando una copa, y de inmediato vienen a mi mente varios posibles:
Me pregunto, cuál será el entorno más apropiado para escenificar la soledad de una mujer, no sería abrazando una copa, no es usual ver a una mujer bebiendo en soledad. Herencia educacional supongo...


- Uno podría ser en La Habana, en la esquina de la barra del Floridita, tomando un daiquiri, mientras el viejo piano se recrea en un bolero. Seguro que a Ernest no le resultaría desconocido.
Podría ser en La Habana, en una playa ya desierta al anochecer, mientras los últimos vestigios de una ola mojan sus pies y un bolero suena y suena en sus recuerdos. Seguro que Ernest tendría una buena historia sobre ella.


- Otro ¿por qué no?, en alguna "taverna" de la Lisboa Alta de callejuelas estrechas, el espíritu de Pessoa puede que esté deambulando por ellas, escuchando la desgarrada letra de un fado.
Otra ¿Por qué no? Asomada en una ventana, apurando el último cigarro de no se sabe cuántos ya, deseando estar en otro lugar, con otra vida, mientras un fado que suena de fondo le hace derramar una lágrima.


- Siguiendo con los tópicos, el Viejo Almacén de Buenos Aires, ¿estará Gardel bebiendo deseo en la trastienda?, abundantes desengañados colgados de la barra y asintiendo a las letras de los descarnados tangos.
O intentando llenar ese tiempo que tanto la aterra con actividades que en el fondo la resultan absurdas, como ir a clases de tango, las cuales, cuando terminan, la hacen sentirse aún mas sola.


- Y para tener un cuarteto, un tablao flamenco, ahogándose en finos, mientras el cantaor escupe sentimientos convulsionando su cuerpo, y la bailaora, cimbrea su cintura, taconea brava, y te mira fijamente con mezcla de provocación y hastío.
Y para tener un cuarteto, un tablao flamenco. Ahogándose en finos y risas fingidas con su grupo de amigas, mientras el cantaor escupe sentimientos y le guiña un ojo, haciéndola recordar esas noches que terminan con desayunos que significan un adiós.


Existen infinidad de otros lugares donde la soledad campa a sus anchas, pero el corazón de uno mismo es sin embargo su guarida natural, muchas más veces de las deseadas.
Da igual el lugar, es indiferente la cantidad de gente que te rodee o intente arroparte. Cuando la soledad arraiga en ti es como la humedad, te cala hasta los huesos por muchas matas que te eches encima.


Por eso es muy recomendable abrir el corazón para que otros inquilinos consigan desplazarla. Quizá el único inquilino que consigue desplazarla, no es aquel al que abres las puertas, sino el que se va colando poco a poco por una rendija sin apenas darte cuenta.

Idea original y blog en cursiva de “serunomismo”

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