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Dentro de mi peregrinaje mensual a Madrid, este sábado me tocó ir de compras.-Yo que odio ir de compras y considero que hacerlo en sábado es ya con premeditación y alevosía – Afortunadamente no siempre todo resulta como creemos, y fue una jornada de lo más divertida e instructiva. Objetivo: amueblar la casa de J (y de paso echar yo un vistacillo para la mía y conseguir reubicar todos los libros sin tenerme que ir yo a vivir al trastero). Es curioso observar como en las mueblerías los dependientes caen en el mismo error que los camareros de los restaurantes. Una pareja en un restaurante: Si se pide vino y coca-cola, el vino por defecto se le pondrá al hombre y la coca-cola a la mujer. Si ambos piden vino, el vino se le dará a catar al hombre. Si se pide un café y una infusión, la infusión se la pondrán a la mujer. Si se posa una tarjeta para pagar sobre la mesa, se la darán a firmar al hombre sin molestarse en leer el nombre del titular… Recuerdo en un restaurante que al darnos la carta en la mía no venían los precios especificados. Pensando que había un error en dicha carta, se lo hice saber al camarero, el cual me contestó que en las cartas que se daban a las mujeres no se ponía el precio. Me le quedé mirando muy fijamente (mientras mi compañero de mesa me daba pataditas porque me veía venir) y le dije: -“Verás encanto. Aquí la de la pasta soy yo y quiero ver por cuanto me va a salir la broma, que mi amante come mucho.”
A lo que voy, que ya me he desviado del tema, Una pareja que entra en una mueblería: Automaticamente dan por hecho que van en tamdem y con un objetivo común.En cada mueblería que entrábamos, por defecto, el dependiente fijaba su atención en mi. Ciertamente preguntaban en plural que deseábamos, pero ignorando subliminalmente a J. Yo muy educadamente contestaba: “- Mejor pregúntenle a el, que el es el que paga”. Tras mi respuesta las reacciones eran distintas dependiendo del sexo del dependiente. Si era mujer me miraba con cara de “pobrecita” y a J con cara de “menudo cabronazo”. Si era hombre directamente me ignoraba hasta la hora de decirnos adiós. Incluso en una mueblería vi una librería ideal para mi casa y le comenté a J:- “mira, esta me encanta”, y el respondió: -“Uff, muy grande”. La dependienta entonces se le quedó mirando y le dijo: -“hombre…dele ese gusto”, y J muy dignamente replicó:-“Tranquila, el gusto en tal caso se le dará ella… ¡¡menuda es!!”
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