Para mayor facilidad

09 mayo 2008

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Todas las mañanas, me sitúo en mi asiento reservado del transporte público para ir a trabajar (y digo reservado porque como me subo en una de las primeras paradas, puedo elegir donde colocar mis posaderas, y somos animales de costumbres…). Siempre coincido con una madre y un hijo, ella tiene una edad incalculable y el unos 17 años, todos los días a la misma hora. Nunca se sientan juntos. Ella lleva dos bolsas y en cada una un cojín, un impermeable, una visera y un cartón. Se apean en una calle de las más céntricas de la ciudad, siempre en la misma. Ella va por delante y el hijo dos pasos más atrás, jamás les he visto intercambiar una palabra. Cruzan el semáforo y es allí donde ella le da una de las bolsas. Cuando regreso a casa al anochecer, ahí siguen sentados, ella al comienzo de la calle y el a su término, sobre el cojín, con la visera puesta y el cartón dónde anuncian que no tienen que comer y necesitan ayuda. … Y pienso: Vaya, su jornada laboral tiene más horas que la mía, aún siguen trabajando. Ayer volví a coincidir con ella, a una hora inusual para ambas .Estaba charlando con una señora ya entrada en años, sobre personas comunes conocidas. Le preguntaba por su madre, su hermano… y ella con una sonrisa forzada en la que mostraba que la faltaba algún diente decía: hace mucho que no se nada de ellos. Al bajarse, la señora se volvió a su acompañante y le dijo: pobre chica, se enamoró de quien no debía y destrozó su vida.

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