
Y ese día salieron a la calle con sus prendas ajustadas y los morros pintados de rojo carmesí.
Salieron a provocar aquí y allá.
A resarcirse de tantas noches sin dormir por culpa del género masculino.
Y con el movimiento hipnótico de cadera a ritmo del éxito del momento,
consiguieron atraer a toda la corte de consortes golfos que pululaban de bar en bar
buscando un par de redondeces en las que hundir sus ebrias cabezas.
Ese fue el momento exacto en el las mujeres enamoradas de golfos sin remisión,
tomándose la justicia por su mano, decidieron, de forma sencilla, mandarlos a la mierda.
Meneando la cadera como sólo ellas lo saben hacer.
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