
Siete de la tarde. En el cd una ranchera (pues si, me gusta cantar rancheras a grito pelao’ en el coche. Nadie es perfecto). Una bolsa de patatas compartida con Nata, plácidamente acomodada en el asiento trasero. Paz… siempre me produce cierta placidez el paisaje austero de la meseta castellana.
De pronto, algo se cruza delante de mí. Frenazo en seco. Un golpe sordo. El coche que venía de frente no tuvo la misma suerte que yo. El ciervo que en ese momento había decidido cruzar la carretera tampoco.
Grabada queda en mi retina la mirada de una niña al animal agonizante.
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