
Más contundentes que nuestra boca, que nuestro cerebro, que nuestros ojos, que nuestros oídos…
Aquello que tocamos, acariciamos, asimos o golpeamos, está en relación más certera con nosotros mismos que aquello que vemos, decimos, pensamos o creemos.
Son los más nuestros sus frutos, más nuestros que las palabras, mucho más que nuestros silencios...
Por eso y al final de todo, se sobrevive a base de asirse a cada agarradera, palpando en medio de lo oscuro, intentando descubrir los frutos caídos por el suelo.Acariciar el áspero tacto de la vida, llenar las palmas, las yemas, los nudillos... de golpes, cortes, heridas, rajaduras...
Dibujar en ellos mapas vividos de días exprimidos, dejando el jugo resbalar por las mejillas.
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