Para mayor facilidad

09 mayo 2008

Un regalo de "Serdistinto"

"El día que murió su musa, unos niños jugaron en el parque, ajenos a la tragedia que acunaba el delicado cadáver de su inspiración. Cuando la inocencia hace florecer en el pecho pueriles sueños e ilusiones, no hay sitio para el drama. Él lo sabia porque antes de perseguir musas, había perseguido los mismos sueños, las mismas ilusiones de contornos intangibles. Por desgracia, la ingenuidad de aquellas fantasías había sido devorada por el tiempo y solo habían quedado unos restos maltrechos que servían ahora de alimento a sus deseos superficiales y mundanos. Acabó abrazando una vida llena de convencionalismos, y en aquella inútil realidad tan manoseada y usada por otros Ella había sido el único vinculo con su pasado. El día que murió su musa, El Artista prestó especial atención a los detalles. Planeó de forma consciente cada uno de sus movimientos, buscando la eternidad que se escondía detrás de los instantes, tratando de no pensar en la partida de su compañera. Penetró el insondable abismo que separaba el presente del futuro, y examinó con detenimiento la maraña del tiempo y el espacio. Buscó mil formas de detener el reloj que escribía sentencias de muerte desde su muñeca, sabiendo de antemano que ya había perdido la batalla. Con los años había aprendido que ante lo inevitable sólo se puede luchar durante un corto periodo de tiempo, pero la desesperación le impedía ver que la resignación era el mejor aliado del olvido. Un olvido que se cernía sobre un cadáver de morbosa belleza; el cadáver de su musa. Los meses previos al fallecimiento habían transcurrido con una tranquilidad fingida, tras cada sonrisa se dibujaba la sombra de una duda. Él, cada día grababa en sus ojos las frases que no era capaz de decirle, frases que Ella apenas lograba comprender o que quizá malinterpretaba. En los cuidados que le ofrecía se adivinaba un afecto que nunca encontraría una forma de expresión completa y plena. Eran sólo atisbos de un sentimiento más puro, reflejos de un universo perfecto donde las emociones se superponían al verbo y trascendían más allá de la comprensión terrenal. Sentían la frustración de quien no puede discernir el misterio a través de la percepción limitada, y las palabras, las frases que se regalaban, quedaban veladas por una neblina inmaterial. Cuando el deterioro hizo mella en ella de forma más evidente, no encontraron la forma de seguir fingiendo, y la distancia que separaba ambos mundos se hizo inabarcable. A partir de entonces cedieron ante la ineludible derrota y esperaron el final con estoicismo, con la resignación del que nace para perder. Cuando la miraba no podía dejar de pensar que el futuro había muerto en sus manos, en sus ojos, en sus labios. Se sentía anestesiado ante la perspectiva de un olvido transparente, que en el futuro los envolvería a todos y apaciguaría el padecimiento para toda la eternidad. Se repetía a sí mismo que mañana nada importaría, porque mañana todo habría sido y habría cobrado significado absoluto. Estos pensamientos los guardaba en un rincón de su mente, pero al igual que sus ojos dejaban entrever un reflejo imperfecto de sus sentimientos hacia su musa, también mostraban una parte de la derrota que había dado por sentada. Cada vez que Ella le miraba, una porción de la vida que le quedaba escapaba entre sus labios, porque descubría que no era lo suficientemente requerida en esta tierra de locos dónde aquel Artista la había hecho sentir necesaria antes de que la enfermedad marchitara su cuerpo. La noche anterior a la tragedia apenas se habían dirigido la palabra. Ambos se escondían en un universo particular rodeado de trampas; Ella en una cárcel de muros altos a punto de derrumbarse, Él en una urna de cristales opacos que ni siquiera los gritos nonatos de su garganta podían quebrar. Se dedicaron a contemplarse a través de los océanos de indiferencia que los separaban, siempre con una palabra bienintencionada pugnando por salir de sus labios. Pero los labios de Ella estaban demasiado resecos, demasiado vacíos, sin vida, como para decir algo que tuviera sentido, y a Él lo asfixiaba su urna de cristales opacos. En el interior de un recuerdo compartido encontraban alguna clase de consuelo, si acaso puede existir alivio en la antesala de la nada. En ese recuerdo volvían a ser enamorados en el banco de un parque, volvían a encontrarse una y otra vez a lo largo de incontables vidas, resucitaban con cada gesto del otro, y el sufrimiento no apagaba el color de las mejillas en el cuadro que el Artista pintó a su musa. Hay gente que nace con alas, y gente que nace sin piernas. Él había dedicado su vida a buscar unas alas que compensaran sus miembros mutilados, pero se había visto obligado a arrastrarse hasta que la encontró. Pocos lo saben, pero los Artistas buscan inspiración porque no tienen ni alas ni piernas, y aspiran a elevarse por encima de lo mediocre. Hacia arriba, siempre hacia arriba, persiguiendo ecos de lo inalcanzable. Las musas prestan vuelos y salvan vidas, pero como los sueños, son de naturaleza caprichosa y frágil. Frágil. Quebradiza. Así la había contemplado siempre, así la había querido, pero a medida que la enfermedad avanzaba, el sentimiento de incertidumbre se hacía más tangible. Era como estar conteniendo el aliento, como esperar el abrazo del suelo cuando tomas conciencia de tu caída. Como llevar demasiado tiempo despierto. Necesitaba descansar, olvidar todo futuro golpe. En busca de aquel descanso, aquella noche se acostó a su lado sin abrazarla, desesperado, rezando a las paredes de su cuarto. Llorando. Aquella noche no le dijo que la quería, y cuando al despertar encontró su cuerpo sin vida, sólo pudo sonreír ante la ironía con que la fatalidad escribía las historias. Se levantó de la cama, la arropó con las sabanas y pensó que la luz que daba sombra a su vida se había extinguido, el día que murió su musa."

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