Para mayor facilidad

09 mayo 2008

-33-

A los clientes de un millón de euros siempre les atiendo yo personalmente (con café y pastitas incluidas). Hay que tratarles bien pues por el mismo esfuerzo realizado, nos dejan el triple de beneficios, por no hablar del “caché” que conlleva realizarles tu la operación. No suelen diferir mucho en sus caracteres, y después de algunos añitos en esto acabas conociéndoles bien. A los 10 minutos de estar atendiendo a los de hoy, algo no me cuadraba, no encajaban en los dos o tres perfiles del cliente del millón. A una vuelta de la conversación algo dije que el hombre me contestó: “No, estamos separados”. Generalmente me doy cuenta de ese detalle, pero rondarían los sesenta y muchos años y el trato entre ellos era muy cordial. Terminamos de llegar a un acuerdo y nos despedimos. A los 10 minutos la mujer regresó. A mi pregunta de si volvía por si les había quedado alguna duda, me comentó que no, pero que deseaba hablar conmigo a solas. Mantuvimos una charla de aproximadamente una hora, entre sollozos, palmaditas de consuelo y un cierto pudor ante una desconocida que se derrumbaba ante ti. Casi cuarenta años de matrimonio, dos hijos, uno de ellos con alguna deficiencia mental. Hace un año la empresa donde ella trabajaba fue absorbida por una mayor y ella quedó en la calle por la consabida regulación de empleo. Entró en una depresión. Me decía entre sollozos: “Reconozco que no me aguantaba ni yo, pero….” A los seis meses, el marido le dice adiós. Ha conocido a una mujer Argentina por Internet (y la acusa a ella por su depresión y tenerle abandonado), le dice que los hijos ya son mayores de edad y que tiene un billete de avión solo de ida…. Una triste historia, como tantas otras, pero no me quedó más remedio que preguntarle: “¿Y que quiere UD de mi exactamente?” Se quedó callada. Ni ella misma lo sabía. Hasta noté cierto rubor en su cara al darse cuenta de dónde se encontraba y que yo era una completa extraña. Le dije que se tranquilizase, que dejase el tema que les había traído hasta mí en mis manos, que yo me encargaría de todo.
Y se fue por donde había venido, quizá con un poco menos de peso sobre sus hombros, mientras en la oficina simplemente se preguntaban quién de ellos tendría la suerte de que yo le diese ese gran bocado y llevarselo a sus bolsillos….

No hay comentarios: