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Me he topado con una especie que ya creía extinguida: El machito al volante. La culpa ha sido mía. Si juntamos unas cuantas noches de insomnio, mi natural tendencia al despiste y el hecho de que estos días estoy remodelando mi cerebro y está todo patas arriba, la consecuencia de ponerme al volante ha sido que casi provoco un pequeño accidente. Después de una larga pitada por parte del susodicho y mi gesto por el retrovisor pidiendo disculpas, me ha seguido y situado el coche paralelo al mío en un semáforo. Han comenzado los insultos, que escupía por encima de una chica que iba de copiloto. “¡Mujer tenías que ser! ¿Estas agilipollada o que? Te merecías una ostia bien dada a ver si espabilas.” Este tipo de situaciones no me alteran ni me ponen nerviosa, la sensación de incredulidad supera cualquier otra que pudiese fluir en mi. Mientras que el continuaba su verborrea he mirado a la chica que le acompañaba. “Hola, ¿Es tu novio?”. Con cara de asombro por tal pregunta hacia ella en pleno vómito de sandeces por parte del cafre en cuestión, responde: “Si, es mi novio”. Yo continuo con mis preguntas: “¿Y hace mucho? ¿Tenéis planes de futuro?”. Me mira con un enorme signo de interrogación en el rostro y yo comienzo mi explicación: “Si es así yo que tu me lo replantearía. Mírale. ¿Qué ocurrirá cuando se enfade contigo? ¿O qué aprenderán tus futuros hijos de el? Ten cuidado que se empieza por insultar y se termina poniendo la mano encima”. Acto seguido el semáforo dio la señal de salida y continuamos el trayecto. Por el retrovisor pude ver como peleaban entre ellos dos....
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