Para mayor facilidad

09 mayo 2008

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Me gusta pasear por la playa al anochecer. Salir del trabajo, llegar a casa, quitarse los tacones de chica divina de la muerte, ponerse una coleta, pegar un silbidito a mi perra, y contaminarse los pulmones con olor a salitre, los oídos con las olas rompiendo en la orilla y la vista con barcos en el horizonte. A veces me quedo sentada en la arena, casi escondida en las sombras entre el dïa y la noche, viendo a los transeuntes pasar. Y a veces imagino las historias de esa gente, si son medianamente felices o están completamente destrozados. Incluso a veces entremezclo las historias y resulta que aquella señora que pasea por la orilla descalza tuvo un amor en la adolescencia que, casualmente, se cruza con ella, mientras sus perros juegan con el mío. Y que la niña que hace un hoyo en la arena es la hija que nunca llegaron a tener. El de la maquina que barre la playa también tiene su historia oculta, cuando termina se transforma y trabaja de camarero en un bar de “mala vida”, de ahí sus ojeras y su mal humor constante. Esa rubia que siempre va muy apresurada, regresa todas las noches de ver a su amante atravesando la playa para no levantar sospechas, porque es una mujer casada y su amante un hombre de renombre, pero el amor es el amor ( o el sexo es el sexo), y nadie puede con eso… La gente cree que salgo todos los atardeceres a pasear al perro, pero seguro que hay alguien que observa como miro a la gente y se imagina que invento sus vidas….

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